sábado, 16 de septiembre de 2023

Miércoles 16 de septiembre de 2015

En un día como hoy, hace exactamente 8 años, me encontré por primera vez cara a cara con una persona que había conocido por internet.

No fue una idea muy brillante que digamos.
La calentura me pone errática. Fue el momento de menor lucidez (y mayor vulnerabilidad) que podía tener en mi vida.

Me puse a releer algunas de las entradas de este blog de esos días.
Qué terrible era todo. Era una chica digna de compasión.
(Risas)


De todos modos, no me arrepiento de las experiencias físicas (sexuales) vividas, aunque faltaron más.
... Muchas más.
Muchísimas más. Y mucho más duras.
(Estás siendo una despechada por cosas que nunca pasaron y que nunca van a pasar. Deja de serlo)

¡El poeta fue un blandengue conmigo! Jajaja.

(¿Qué será de él? ¿Estará teniendo otras conquistas? Sólo curiosidad)




Si viviera otra vez ese nivel de angustia y llanto, no dudaría ni por un segundo en acabar con mi existencia.

No debería escribir esto (porque estas cosas no se dicen; se hacen), pero acá va:
El suicidio nunca dejó de ser una opción para mí.

Y tuve el impulso y la oportunidad de hacerlo, hace algunos meses, desde el balcón de un piso 29 de un hotel.
(Tuve un par de meses de inestabilidad mental severa, gracias a algunos comentarios de mi madre)
Mi cabeza se habría estrellado contra el borde de una piscina, y mis sesos y mi sangre habrían salpicado el agua.
Habría sido una escena asquerosa.
(Risas)


Mi vida se estancó desde que se me metió la idea de suicidarme en 2018.
Todo iba a terminar ahí.
Luego de eso, ya no supe qué hacer con mi vida, y todo dejó de tener sentido.
Dejé de tener planes, metas, sueños, motivaciones.
Ya no hay proyectos de vida.

Vivir sin rumbo es desesperanzador.
Por eso, el suicidio no deja de ser una opción.
De hecho, en ese caso, hasta parece lo más sensato.